Tú, que no sé quién eres; tú, que lees estos versos míos que tienen ya cien años, oye:
No puedo ofrecerte una sola flor de todo el tesoro de la primavera, ni una sola luz de estas nubes de oro. Pero abre tus puertas y mira; y coge, entre la flor de tu jardín, el recuerdo oloroso de las flores que hace cien años murieron.
¡Y ojalá puedas sentir en la alegría de tu corazón la alegría viva que esta mañana de abril te mando, a través de cien años, cantando dichosa!
Calcuta- 1861-1941
Tus ojos me preguntan tristes y quieren ahondar en mi
sentido como la luna en el mar.
Sin esconder ni retener nada, te he desnudado mi vida, desde el principio hasta el fin.
¡Por eso no me conoces!
Si yo fuera solo una joya, podría partirme en mil pedazos y hacerte una sarta para el cuello.
Si yo fuera solo una florecilla redonda y dulce, podría arrancarme de mi tallo y ponerme en tu pelo.
Pero ¿dónde están, amor, los confines de mi corazón?
Tú no conoces bien mi reino, aunque seas su emperadora. Si esto fuera solo un momento de placer,
florecería en una sonrisa fácil y tú podrías verla y comprenderla en un instante.
Si fuera esto solo un dolor, se derretiría en claras lágrimas y tú verías lo más hondo de su secreto
sin hablar él una palabra. Pero esto es el amor. Su dolor y su placer no tienen límites,
y son sin fin en él necesidades y tesoros. Está cerca de ti como tu vida misma, amor mío,
¡pero tú nunca podrás llegar a conocerlo del todo!
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